lunes, 25 de noviembre de 2013

Una pasión

Muchas veces la gente que lo ve desde afuera no entiende la pasión que tienen algunas personas por el fútbol. No entienden por qué ese hincha  se desgarganta con cánticos  en la cancha, por qué hacen promesas todos los campeonatos, le rezan a Dios, a la Virgen Desata nudos, y a quien se le cruce, aunque no sea santo. El resto de la gente “normal” no entiende como esos “locos” dejan todo por su equipo.

Lo cierto es que los odiosos del fútbol son los menos, y deben convivir con los fanáticos a diario. Viendo la gente por la calle con esas camisetas que lucen con orgullo, mirando al resto de la gente como diciendo “mirá, este es mi equipo”. Escuchando a un pibe que canta un tema de cancha en un colectivo, como si fuera la mejor canción del mundo. Bancándose que los fines de semana se paralice la ciudad porque el 70% va al “templo” y si no se encierra en su casa cual reclutado a ver el partido. Escuchar 20 veces por día los noticieros hablar de la fecha que se fue, de la que viene y de las que vendrán hasta el final del torneo. Escuchar los distintos programas televisivos y radiales dedicados exclusivamente hablar de fútbol, como machacándote el cerebro cual pájaro carpintero. 

Y del otro lado, está ese hincha fanático, que no entiende como a esa persona carente de pasión no le gusta el fútbol. ¿Qué sentido tendrá la vida de un tipo al que no le gusta jugar a la pelota, al que no le gusta agitar la remera sin parar y gritar hasta quedarse afónico? Son tristes, aburridos, amargos. Inclusive más amargo que su clásico rival aunque eso suene imposible. ¿Cómo será un domingo en la vida de ese ser humano que no va a la cancha, que no mira un partido?

Y sí, pobre gente. Pobre del que no pueda gritar un gol con pasión. Pobre del que no pueda decir “te amo, sos el amor de mi vida” a esos colores de su corazón. Pobre del que no pueda llevar una camiseta puesta con esa intención de mostrarle a quien pase de qué equipo es. Pobre del que no disfrute de un clásico y sus condimentos. Pobre del que no tenga un rival para gastarlo en las malas, o defenestrarlo cuando la buena no le salió. Después de esto no me queda otra que decir “Che pibe, ¡qué lindo es el fútbol!”.

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